Cada viaje para mí nace bajo el mismo principio de asombro, de duda. Cómo será el recorrido, los lugares, transitar por aquí y por allá. ¿Por qué ese y no otro? ¿Seré capaz de llevarlo a cabo? ¿Lo conseguiré?
Cada día siento más ganas de viajar, de itinerancia, que de permanecer y estar. Y el asombro. La sorpresa, llegan de forma sobrevenida. Me alcanzan en un momento como si hubieran estado ahí, al acecho para pillarme desprevenido. Y lo consiguen. Principalmente viajando.
Hace escasas dos semanas, a pié de carretera saliendo de una gasolinera, sin ir más lejos, conversando con dos viajeros, coincidimos en asombrarnos del por qué un instante, aparentemente insignificante, se guarda de inmediato en nuestra mente con todo lo que sentimos cuando se dió. Imágenes, sonidos, sensaciones, olores, colores, lugares. Todo queda guardado en una celda de nuestra memoria para siempre. ¿Por qué ese y no otro?. ¿O por qué éstos y aquellos también a un tiempo? ¿Por qué una persona, un rostro y otro no?
Alcanzamos esa edad de los niños tan pesada para los padres y tan maravillosa para ellos. La edad del por qué.