Home sweet home. Ya no sé en qué día vivo. Inicié la mañana en Milwaukee y ahora, de madrugada he llegado a New Orleans.
Dejo todo sobre la cama. Una ducha templada acabando en agua fría termina de relajarme. Me visto, ordeno un poco todo.
Abro el balcón y una suave brisa entra en el cuarto. Me siento a contemplar la ciudad. Soy urbanita, noctámbulo y viajero.
Adoro el tacto del lino, casi nunca llevo estas camisas de viaje pero esta vez decidí incorporar al menos una. Y mis pantalones de algodón desmontables que acabo de sustituir. Echo de menos los de siempre aunque los traigo también en la maleta en algún lado.
Tocan a la puerta y me acerco a abrir. No hay nadie. En el suelo, en el pasillo, una botella de vino y dos copas. Una nota que me desea buena noche y disfrutar la estancia. ¿Estás aquí? Recorro la habitación completa. ¿Seré el único en sentir tu presencia?
Quiero mirarte. Disfrutar de tus ojos, la brisa, del vino, de esta agradable estancia tan apacible en el corazón de una ciudad en la que encuentro cada vez mas mi sitio. Tomo la botella y las copas; me acomodo de nuevo en el balcón. Podría continuar la conversación donde la dejamos pero no me acuerdo. La última vez que te hablé fue al salir de la tormenta cuando paramos a echar gasolina en aquel pueblo fantasma, ¿te acuerdas? Ha sido un día muy largo, me susurra tu presencia.
Una melodía suave me envuelve para redondear el ambiente ... me dejo llevar, las copas de vino, el cansancio del largo viaje van haciendo su efecto. El Panzer descansa al abrigo del parking. Me abandono a la idea de ti.
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